“La manifestación demasiado visible del tiempo que nunca aguarda y va más rápido que las voluntades, sean de tregua o de salvación o espera, haciendo así que todo quede inconcluso; y la imparable conciencia de que la única forma de perpetuar el tiempo es morir y salirse de él.”
La negra espalda del tiempo es una obra inclasificable de Javier Marías que
se mueve entre la autobiografía, el ensayo, la reflexión metaliteraria y la
ficción.
La novela
se adentra en la relación entre la vida y la literatura, la verdad y la
ficción, y la memoria y el olvido. Marías cuestiona constantemente la
naturaleza de la realidad, sugiriendo que la vida es a menudo una construcción,
un relato que nos contamos a nosotros mismos y que está en constante
reinterpretación. A través de digresiones, anécdotas personales y referencias a
otros autores y obras, el libro se convierte en un laberinto de pensamientos
donde el lector es invitado a reflexionar sobre la naturaleza misma de la
creación literaria y la experiencia vital.
Otro pilar
fundamental de la obra es la exploración de la propia figura del escritor y su
proceso creativo. Marías desvela las trampas y complejidades de la escritura,
la dificultad de atrapar la verdad y la inherente artificialidad de la ficción,
incluso cuando se basa en hechos reales.
En esencia,
"La negra espalda del tiempo" es una meditación profunda sobre el
tiempo, el recuerdo y la forma en que los eventos, por pequeños que sean,
pueden ramificarse y dar lugar a un universo de significados y reflexiones. Es
un libro que desafía las convenciones genéricas y que invita al lector a
sumergirse en la singular voz y la particular visión del mundo de Javier
Marías.
“Pero es que justamente para contar eso, lo
que nos ocurre, nunca basta con haberlo vivido, ni siquiera con saber
observarlo ni saber explicarlo, ni siquiera con entenderlo, sino que además hay
que imaginarlo, y a eso no parece hoy dispuesto casi nadie. Y sin embargo, una
vez imaginado lo real y vivido, lo mirado y oído, lo descartado y conocido, lo
omitido y perdido, quizá sea sólo entonces cuando pueda uno empezar a
contárselo y a creérselo.”
“No da miedo por la muerte ni por su supuesta
soledad o abandono, sino por los vivos, que deberán reconstruir más tarde esas
horas ya inservibles o anuladas tal como se sucedieron –aún más sobrantes y lentas
en el recuerdo–, en las que ignoraban que había cambiado su mundo y que por ello
fueron atravesadas deforma anodina e indiferente, o puede que con alegría ahora
impropia, o acaso hablando mal del muerto. «Apaga la luz y luego
apaga la luz»: tal vez por eso, para que se haga del todo
cierto, haya que decirlo dos veces.”
Li. Lo.
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