Cómo entender el poder irresistible de una escritura que no desea la
grandeza, que se concentra en nimiedades que siempre elude las “verdades”, los
“hechos”, las “lecciones” que nutren a tantos libros gordos y célebres.
¿Un libro raro? No, yo diría que es un libro muy especial.
Un libro con el sello incomparable de Robert Walser. Con lo mucho que me gustan
sus obras. Es un placer poder leer la descarnada ternura de la inconsciencia de Robert Walser y
su inocencia tan al desnudo como en Jakob von Gunten, con sus saltos desde lo
banal, desde las realidades encantadas que es capaz de ver o que directamente
se inventa, hacia las trascendencias más sombrías.
Jakob von Gunten es un jovenzuelo consentido, aunque su
nobleza de espíritu y su burbujeante atractivo son capaces de desarmar a la
misma persona a la que le haya mostrado su insolencia. El joven Jakob von
Gunten se ha inscrito en la Escuela de Muchachos Benjamenta, un instituto cuyo
fin es formar buenos sirvientes: mayordomos sumisos y eficientes, mozos de
celos apropiados. Al parecer Jakob es un adolescente que lleva un diario o por
lo menos un cuaderno de notas. Su vida es tediosa, mediocre como se espera de
un alumno de Benjamenta, aunque Jakob no sólo se entregue a la disciplina y el
vasallaje sino también a incontables reflexiones y fantaseos. Jakob provoca por gusto y diversión, con
insolencia candorosa, si tal cosa pudiera existir. A él le gusta sentirse
oprimido para poder escaparse y hacer su sacrosanta voluntad, le gustan las
prohibiciones para poderse fabricar el placer de saltárselas (los reglamentos
platean la existencia y quizá hasta la doran, en pocas palabras: que la llenan
de atractivo. La prohibición de llorar, por ejemplo, engrandece el llanto) y,
sin embargo, respeta la respetabilidad, la autoridad y el lujo sobre todas las
cosas. Jakob von Gunten es una paradoja con patas, pasa de la desdicha profunda
(permaneciendo así, en total inactividad, uno siente de pronto cuán penosa
puede ser la existencia) a la alegría (una carcajada es un trozo de yesca, algo
que enciende nuestros fósforos interiores).
Nada hay que averiguar o que vislumbrar en las diabluras
excesivas de Jakob salvo su voluntad de empequeñecerse, de no ser muy
interesante ni memorable, y en cambio meramente distraerse, pasar el tiempo en
el perfeccionamiento de su propia existencia, entendido literalmente: no
ser “mejor”, no ser “más grande”, sino dejarse ser. Esta voluntad de
despojamiento deja la impresión de un enigma distinto de los habituales, más
allá de lo que las propias palabras pueden decir. Jakob von Gunten es, por lo
tanto, una búsqueda –distinta– de los límites del lenguaje.
Cita:
“Los verdaderos hombres, los seres humanos de verdad no son jamás
visiblemente bellos. Un hombre que lleve una barba realmente hermosa o es un
cantante de ópera o el jefe de sección, bien remunerado, de algún gran almacén.
Los falsos hombres son, por regla general, hermosos“
“¡Qué difícil es expresar con vivacidad lo
bueno y lo delicado! Aquí uno está ya
agradecido a la modesta vida que lleva, agradecido siempre un poco el vivir
aguijoneando y sometido por la prisa. Quien puede malgastar su tiempo ignora lo
que este significa, es el ingrato autentico y necio.”
“Tal vez los hombres
de hoy seamos todos una especie de esclavos, dominados por una concepción del
mundo enojosa, innoble, flagelante.”
Jakob von Gunten ha sido llevada al cine ya en dos
ocasiones. La versión más reciente es Instituto Benjamenta, o Ese sueño que la
gente llama vida humana (1995) de Stephen y Timothy Quay, que es un filme
extraordinario: una relectura literal, y a la vez onírica, de la novela.
Li.Lo
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