jueves, 11 de septiembre de 2014

Jakob von Gunten -Robert Walser-

Cómo entender el poder irresistible de una escritura que no desea la grandeza, que se concentra en nimiedades que siempre elude las “verdades”, los “hechos”, las “lecciones” que nutren a tantos libros gordos y célebres.

¿Un libro raro? No, yo diría que es un libro muy especial. Un libro con el sello incomparable de Robert Walser. Con lo mucho que me gustan sus obras. Es un placer poder leer la descarnada  ternura de la inconsciencia de Robert Walser y su inocencia tan al desnudo como en Jakob von Gunten, con sus saltos desde lo banal, desde las realidades encantadas que es capaz de ver o que directamente se inventa, hacia las trascendencias más sombrías.
Jakob von Gunten es un jovenzuelo consentido, aunque su nobleza de espíritu y su burbujeante atractivo son capaces de desarmar a la misma persona a la que le haya mostrado su insolencia. El joven Jakob von Gunten se ha inscrito en la Escuela de Muchachos Benjamenta, un instituto cuyo fin es formar buenos sirvientes: mayordomos sumisos y eficientes, mozos de celos apropiados. Al parecer Jakob es un adolescente que lleva un diario o por lo menos un cuaderno de notas. Su vida es tediosa, mediocre como se espera de un alumno de Benjamenta, aunque Jakob no sólo se entregue a la disciplina y el vasallaje sino también a incontables reflexiones y fantaseos.  Jakob provoca por gusto y diversión, con insolencia candorosa, si tal cosa pudiera existir. A él le gusta sentirse oprimido para poder escaparse y hacer su sacrosanta voluntad, le gustan las prohibiciones para poderse fabricar el placer de saltárselas (los reglamentos platean la existencia y quizá hasta la doran, en pocas palabras: que la llenan de atractivo. La prohibición de llorar, por ejemplo, engrandece el llanto) y, sin embargo, respeta la respetabilidad, la autoridad y el lujo sobre todas las cosas. Jakob von Gunten es una paradoja con patas, pasa de la desdicha profunda (permaneciendo así, en total inactividad, uno siente de pronto cuán penosa puede ser la existencia) a la alegría (una carcajada es un trozo de yesca, algo que enciende nuestros fósforos interiores).
Nada hay que averiguar o que vislumbrar en las diabluras excesivas de Jakob salvo su voluntad de empequeñecerse, de no ser muy interesante ni memorable, y en cambio meramente distraerse, pasar el tiempo en el perfeccionamiento de su propia existencia, entendido literalmente: no ser “mejor”, no ser “más grande”, sino dejarse ser. Esta voluntad de despojamiento deja la impresión de un enigma distinto de los habituales, más allá de lo que las propias palabras pueden decir. Jakob von Gunten es, por lo tanto, una búsqueda –distinta– de los límites del lenguaje.
Cita:
 “Los verdaderos hombres, los seres humanos de verdad no son jamás visiblemente bellos. Un hombre que lleve una barba realmente hermosa o es un cantante de ópera o el jefe de sección, bien remunerado, de algún gran almacén. Los falsos hombres son, por regla general, hermosos“
 “¡Qué difícil es expresar con vivacidad lo bueno y lo delicado!  Aquí uno está ya agradecido a la modesta vida que lleva, agradecido siempre un poco el vivir aguijoneando y sometido por la prisa. Quien puede malgastar su tiempo ignora lo que este significa, es el ingrato autentico y necio.”

“Tal vez los hombres de hoy seamos todos una especie de esclavos, dominados por una concepción del mundo enojosa, innoble, flagelante.”


Jakob von Gunten ha sido llevada al cine ya en dos ocasiones. La versión más reciente es Instituto Benjamenta, o Ese sueño que la gente llama vida humana (1995) de Stephen y Timothy Quay, que es un filme extraordinario: una relectura literal, y a la vez onírica, de la novela. 


Li.Lo

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