“No le deseo a nadie ser yo. Solo yo soy capaz de
soportarme. Saber tanto, haber visto tanto y no decir nada, absolutamente nada.”
Los hermanos Tanner es una de las
principales obras de la juventud de Walser, la cual escribió a los diecinueve
años. Simon Tanner, su protagonista, es un joven idealista y soñador, incapaz
de estudiar o de hacer algo de provecho.
Al igual que Bartleby se oponía a cualquier forma de acción, Simon se
niega a estarse quieto, a rendirse a la comodidad, la conveniencia o la rutina,
lo que le impide permanecer más de dos días en un mismo empleo.
“—No tengo tiempo de quedarme en una sola y única
profesión —replicó Simón—, y jamás se me ocurriría, como a muchos otros, echarme
a descansar en un oficio como en una cama de muelles. No, jamás lo conseguiría, ni aunque llegase a
tener mil años.
En Los
hermanos Tanner, puede dar la sensación de que no ocurre nada, que los
paseos no te llevan a ningún sitio, sin embargo, podemos encontrar a un hombre
avanzado a su tiempo e incluso al nuestro, en donde el autor (Robert Walser) se
magnifica como tal, hablándonos con la misma naturalidad sobre infidelidad,
incesto, homosexualidad, arte y, ante todo, de paseos y la sensación que producen
los mismos.
La actitud de Simón de pronto
desagrade a muchos, sin embargo ese personaje
tan singular, les aseguro, los mantendrá enganchados de principio a fin. Ese
infatigable caminante y vehemente conversador; fantasioso, apasionado,
impredecible, descarado y, emocionalmente, Simón es una persona sin doblez que
sólo sabe admirarse con lo que se encuentra y amar sin condiciones ni límites y
que, por tanto y desgraciadamente, en una sociedad como la nuestra, está
abocado a ser un tipo raro, un disfuncional, un fracasado que, sin embargo, es
feliz siéndolo. “—No quiero un futuro, lo que
quiero es un presente. Me parece más
valioso. Sólo se tiene un futuro cuando
no se tiene un presente.”
Los hermanos Tanner es, hasta donde yo sé,
una novela indisimuladamente autobiográfica.
La personalidad de Simón es la representación de la de Robert Walser, no
sólo su afición por las caminatas o su carácter vagabundo; ambos comparten su ofuscación
en pasar sin dejar huella ni crear lazos perdurables o su inestabilidad
emocional. También el resto de los
Tanner (Kaspar, artista entregado a su creación; el serio y responsable Klaus,
cuya felicidad yace sepultada bajo una avalancha de obligaciones y
preocupaciones; Hedwig, una desdichada maestra, resignada a no poder vivir tan
libremente como sus hermanos por el hecho de ser mujer; Emil, ingresado en un
manicomio) tienen su equivalente entre los hermanos de Robert Walser.
No es de sorprender que un escritor eche
mano de sus experiencias personales para crear sus obras, de hecho muchos
escritores lo hace. Pero que el autor describa con detalle su propia muerte
cincuenta años antes de que suceda es mucho más extraño e inquietante; así
describe Robert Walser el momento en que Simón Tanner encuentra el cadáver de
un conocido, fallecido mientras daba un largo paseo por la nieve:
“¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos verdes,
cubiertos de nieve. No quiero avisar a
nadie. La naturaleza se inclina a
contemplar su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y
las aves nocturnas graznan: es la mejor música para cualquiera que ya no tiene
oído ni sensaciones. (…) Yacer y
congelarse bajo las ramas de abeto sobre la nieve: ¡qué espléndido reposo! Es lo mejor que pudiste hacer.”
Al menos, de las palabras de Simón se
deduce que ese era el modo en que Robert Walser quería morir: caminando por la
nieve hasta la extenuación, y que la naturaleza fuese su tumba. Incluso en el último instante consiguió hacer
las cosas a su manera.
Lo más fascinante y esplendido de esta
novela no es lo que sucede a lo largo de sus páginas ni cómo acabará, sino el
maravilloso torrente de literatura que arrastra al lector desde la primera
página. Todos los personajes se comportan como en una especie de trance, como
si no pudieran ni por un momento sustraerse al asombro de estar vivos. Todos monologan encadenando una frase
brillante tras otra: cómicas, dramáticas, profundas, vitales…
Los
hermanos Tanner, nos transporta a un estado casi
infantil en el que cada cosa, por insignificante que sea, es capaz de despertar
admiración y sorpresa. Un mundo inocente y fascinante en el que la vida es como
en realidad debería ser, o como siempre debió haber sido: libre y plena,
demasiado hermosa para malgastarla.
“No puedo vivir y despreciar mi vida. Tengo que buscarme otra vida, una nueva,
aunque mi vida entera deba consistir en la simple búsqueda de esa vida. ¿Qué es ser respetado en comparación con ser
feliz y haber satisfecho el orgullo de nuestro corazón?”
“-...En una reunión bien concurrida donde lo
importante es manifestarse y agradar lanzando parrafadas brillantes, tú
permanecerás siempre mudo porque no tendrás ganas de abrir la boca entre tanto
charlatán inútil.”
Li.Lo.