jueves, 10 de abril de 2014

Matar a un ruiseñor -reseña-

"Mata a todos los arrendajos azules que quieras, si es que puedes darles, pero recuerda que matar a un ruiseñor es pecado. Los ruiseñores sólo se dedican a cantar para alegrarnos. No estropean los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor."

“La verdad… La verdad es que en el mundo reina la mentira. Muchas personas mienten, muchas personas son inmorales y muchas personas no merecen la confianza de nadie. No todos los hombres son creados iguales en el sentido que algunas personas querrían hacernos creer; unos son más listos que otros, unos tienen mayores oportunidades porque les vienen de nacimiento, unos hombres ganan más dinero que otros, unas mujeres guisan mejor que otras, algunas personas nacen mejor dotadas que el término medio de los seres humanos…”

Matar a un ruiseñor, es una novela donde la narradora (Jean Louise Scout)  es una mujer que rememora una época de su infancia, cuando vivía con su hermano Jeremy (Jem) y su padre Atticus Finch. Por una parte los niños están aterrorizados y a la vez fascinados por uno de sus vecinos <<Boo>> Radley, un hombre misterioso. Por otro lado Scout y Jem son testigos y a la vez victimas de los hechos que se generan a raíz de que su padre (Atticus) decide defender a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca, lo cual desencadena una serie de acontecimientos a su entorno, que los afecta profundamente y a su vez logra darles, sobre todo a los niños, una gran lección. Esta magnífica historia muestra y enseña lo terribles e insalvables que son las consecuencias de los prejuicios, el racismo, la marginación, discriminación y desigualdad desde cualquier punto de vista. Aunque la novela trata sobre temas polémicos como los antes mencionados, también es aplaudida por su calidez y humor, y a la vez ha servido como ejemplo de moral y  modelo de integridad  para muchos lectores.

Nacida en 1926, Harper Lee creció en la localidad sureña de Monroeville, Alabama donde entabló una estrecha amistad con el posterior escritor Truman Capote. También escribió pequeños relatos y otras obras sobre la injusticia racial, un tema raramente mencionado en los campus de la época. En 1950 Lee se trasladó a Nueva York, donde trabajó de empleada de reservas para British Overseas Airways Corporation; allí, comenzó a escribir una recopilación de ensayos y pequeños relatos sobre la gente de Monroeville. Esperando que fueran publicados, Lee presentó su trabajo en 1957 a un agente literario que le recomendó Capote. Un editor de J.B. Lippincott & Co. le recomendó abandonar su trabajo en la aerolínea para concentrarse en escribir, algo que hizo. Lee pasó entonces un año ininterrumpido escribiendo, viviendo durante este tiempo de donaciones de sus amigos. Finalmente, Lee empleó dos años y medio en escribir Matar un ruiseñor. Una descripción de la redacción del libro realizada por National Endowment for the Arts relata un episodio de la redacción, cuando Lee se frustró tanto que lanzó el manuscrito por la ventana a la nieve. Su agente la obligó a recuperarlo. El libro se publicó el 11 de julio de 1960. Su título original fue Atticus, pero Lee cambió el mismo para reflejar una historia que iba más allá de un personaje. En 1964, Lee recordó cuales fueron sus esperanzas con respecto al libro, afirmando: «Nunca esperé ninguna clase de éxito con el ‘Ruiseñor’». (...)  Estaba esperando una muerte rápida y misericordiosa a manos de los críticos pero, al mismo tiempo, esperaba que a alguien le gustara lo suficiente como para darme ánimos. Ánimos públicos. Esperaba unos pocos, como dije, pero recibí un montón y de algún modo esto fue tan aterrador como la muerte rápida y misericordiosa que yo me esperaba".  En lugar de propiciarle una "muerte rápida y misericordiosa", Reader's Digest Condensed Books eligió al libro para una reimpresión, lo que le dio inmediatamente un amplio número de lectores. Desde su publicación original, el libro nunca ha dejado de imprimirse. 




Lidia Lorenzo

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