Hablar de Tan Poca Vida es hablar de dolor…
dolor profundo, con esa intensidad que podría jurar que después de leer esta
historia, no vuelves a ser la misma persona. Algo en ti cambia. Porque ese tipo
de dolor que experimentas es del que te rompe de adentro hacia afuera y te hace
atenazar los dientes tan fuerte, porque el sentimiento es tan intenso que te
impide gritar, mientras las lágrimas revientan de tus ojos hasta el
agotamiento. Bueno, al menos a mí me ha sucedido eso. Luego experimentas, como
un bálsamo la soledad serena, que le cede el paso a la amistad; pura, honesta,
leal, inquebrantable, esa clase de amistad que sobresale en momentos cruciales,
y que desenmascara la falsedad de quienes la pretenden.
Según la contraportada (y algunas
reseñas que he leído) la historia es sobre la vida de cuatro amigos: Malcolm,
Willem, JB y Jude, pero en realidad (o a mi parecer) el libro narra la vida de
Jude, y de quienes lo rodean, que, de una u otra forma, han marcado y
transformando su vida desde el día en que nació.
Jude, al ingresar a la
universidad comienza a entrelazar amistad con tres compañeros en particular;
Malcolm, JB y Willem, a quienes quiere, admira, y valora el aprecio que le
demuestran, sin embargo, es incapaz de hablar de su vida anterior a conocerlos,
ni con ellos ni con nadie más, guarda en secreto todo sobre su pasado, un
pasado desgarrador que lo persigue y con lo cual enfrenta una lucha día a día.
Yanagihara, además de
describirnos la vida de los amigos más allegados a Jude ( Willem, JB y Malcolm),
también encaja de forma perfecta y maravillosa a otros personajes como a Andy,
a quien también llega a conocer en la época universitaria, y que luego se
convertiría no solo en su médico sino en uno de sus más fieles amigos y
protectores; y a Harold, quien llega a su vida de una forma sublime, en
un momento crucial y fundamental, quien además se convierte en uno de los
eslabones más importantes de su existencia.
<< JB: Como es el caso de Jude. Nunca lo
vemos con nadie, no tenemos ni idea de qué raza es, no sabemos nada
de él. Postsexual, posracial, postidentidad, pospasado. —Le sonrió,
supuestamente para darle a entender que hablaba medio en broma—. El posthombre.
Jude el Posthombre. >>
Jude… Jude.
Después de varias semanas de
haber leído el libro, me sigue doliendo incluso el pronunciar su nombre y me es
difícil hablar de él, es como si hubiera rozado la vida real (mi vida), y
tuviera miedo de acercarme y herirlo, y a la vez, quisiera tener esa
posibilidad mirarlo a los ojos y poder estrecharlo en un abrazo.
El reservado, sereno, servicial,
inteligente. Eternamente herido. Al inicio de la narración no se sabe nada
sobre la vida de este personaje, hasta que poco a poco nos adentramos más y más
en sus recuerdos, y conforme se avanza en la lectura descubrimos con horror
todas y cada una de las tragedias y vejámenes que ha sufrido desde que tiene
uso de razón, es en esos momentos cuando te calan escalofríos de solo imaginar
semejantes brutalidades y dolor vividas por un menor, de cuantas sensaciones,
emociones y vivencias es privado, y de cuantas otras es obligado a
experimentar… y con los labios apretados, y la lágrimas en los ojos,
piensas en que esto podría estarle sucediendo a alguien (o a muchos) en este
preciso momento (y en cualquier momento).
Cierto es que la autora describe
con crudeza y frialdad las escenas de la vida de Jude, algunas incluso con
“exageraciones” que a muchos ofende, pero, bueno, ¿no es acaso así la
vida real?, ¿acaso no hemos visto ya a la realidad, en múltiples ocasiones,
superando a la ficción?, que aquí la autora tan solo nos acerca a lo que muchas
veces las sociedades se niegan a ver, a escuchar, a atender, y/o se empeñan en
ignorar.
La ficción naturalista de
Yanagihara nos ofrece una perturbadora meditación acerca de los abusos
sexuales, el desamparo y la violencia física sufridas por un niño, que luego es
un adolescente, y posteriormente un adulto. El desgaste en una lucha constante
con el cuerpo y la mente, las dificultades (o imposibilidad) de una recuperación.
Superar dolores que le han marcado la existencia, las consecuencias físicas y
mentales de una existencia cargada de violencia.
Llegado a este punto me parece
oportuno mencionar que la escritora, da tregua al nivel de sufrimiento que
desata, admitiendo que no sólo quiso recargar el horror y el dolor sino también
la empatía y el amor que había alrededor de la vida de sus personajes, lo cual
a mi parecer hace de una forma acertada.
La amistad (en este caso entre
hombres), la necesidad de sentirse querido (todos) y, al mismo tiempo, el miedo
que suscita el amor cuando este, irremediablemente, implica también dependencia
y otorgar confianza, la dificultad de entregarse a otra persona, y de saberse
y/o creerse querido.
<< Pero a veces al despertarse está tan lejos
de sí mismo que ni siquiera recuerda quién es. — ¿Dónde estoy? Pregunta
desesperado—. ¿Quién soy? ¿Quién soy? Y entonces oye el conjuro susurrado de
Willem, tan cerca de su oído como si la voz se originara en su mente: —Eres
Jude St. Francis. Eres mi más viejo y querido amigo. Eres el hijo de Harold
Stein y de Julia Altman. Eres el amigo de Malcolm Irving, de Jean-Baptiste
Marion, de Richard Goldfarb, de Andy Contractor, de Lucien Voigt, de Citizen
van Straaten, de Rhodes Arrowsmith, de Elijah Kozma, de Phaedra de los Santos y
de los Henry Young.» Eres de Nueva York. Vives en el SoHo.
Haces voluntariado en una organización dedicada a las artes y en un
comedor público.» Practicas la natación. Eres un repostero excelente. Sabes
cocinar. Eres un gran lector. Tienes una magnífica
voz. Eres coleccionista de arte. Me escribes unos mensajes
preciosos cuando estoy fuera. Eres paciente. Eres generoso. De
todas las personas que conozco, eres la que mejor sabe escuchar.»
Eres abogado. Eres el presidente del departamento de litigios de Rosen
Pritchard and Klein. Te encanta tu trabajo; trabajas mucho.» Eres matemático.
Eres lógico. Has intentado enseñarme matemáticas una y otra vez.» Te
trataron muy mal, pero saliste de aquello. Siempre has sido
tú mismo. >>
A partir de la figura de Jude,
protagonista y centro de la historia, en torno al cual gravita el resto de los
personajes, desde la infancia hasta su agotamiento en la vida adulta, y
reflexionando sobre este punto, vale la pena mencionar también que este relato
se compone de las historias de personas, que a su vez arrastran historias, como
bien podría ser la de quienes nos rodean, incluso la nuestra. Tan Poca
Vida… tres palabras que se central en el breve lapso de tiempo en que Jude
realmente se siente vivo y goza de esa existencia, sin embargo, tan poca vida
es también la de otros personajes, como la de Hemming, hermano de Willem, quien
nace con una severa discapacidad cognitiva; y la vida de Jacob, hijo de Harold,
quien también nace enfermo y muere a los pocos años de haber nacido. Tan
poca vida la de unos como de otros personajes de esta novela, como bien puede
ser la de cualquier persona, en cualquier rincón del mundo.
Y para cerrar esta reseña me
gustaría citar a Marta Ramoneda, librera de La Central barcelonesa, que hace
una serie de cuestionamientos de forma reflexiva al referirse a este libro:
“¿Es suficiente la amistad para encarrilar el dolor más profundo? ¿Puede
el arte engullir la vida entera? ¿Cómo se articula la amistad masculina? ¿Cómo
se establece la relación con uno mismo de quien ha sufrido abusos y depravación
desde la infancia? ¿Sigue siendo un misterio lo que cada uno es para los demás?
¿Cómo se apoderan de uno los sentimientos de vergüenza, resentimiento y
soledad? A todos puede alcanzarnos el fuerte calado emocional de esta obra,
pues en Tan poca vida encontramos unos protagonistas oscilando entre
la asfixia y la libertad que convocan difíciles verdades”.